jueves, 19 de julio de 2012

Expectactivas

Julia había creído siempre que llegar a la treintena implicaría cambios radicales en su vida. Que los curritos de verano con contratos de tres meses y luego ¡puerta!, se convertirían en su propio despacho con vistas a la Gran Vía. Que sus Manolo Blehnik algún día dejarían de ser de mercadillo. Y que sus juergas nocturnas de cubalitro y reguetón acabarían eclipsadas por veladas en el Teatro Real acompañadas de un buen caldo francés. 

Julia, como muchos otros, se equivocaba. Había vivido confundida toda la vida. Ni los veinte ni los treinta habían sido como ella los había soñado. No habían llenado su corazón de gozo, hecho saltar su pecho de alegría y adrenalina. Los cuarenta y los cincuenta tampoco lo harán. Porque no es ella quien ha elegido, no son sus deseos ni sus sueños. Todo lo que anhela es solo aquello a lo que cree que tiene que aspirar, lo que una mano manipuladora y una voz sediciosa ha plantado en lo más hondo de su cerebro. 


Y mientras tanto, a solo unos centímetros de sus pestañas,la vida aún continúa esperándola, con las guirnaldas de su fiesta sorpresa ya agostadas.